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Hogares




La enterraron por la tarde A la hija de Juan Simón Y era Simón en el pueblo Y era Simón en el pueblo, ¡ay!, ¡ay! El único enterra'or.

“La hija de Juan Simón”, Antonio Molina


La canción “Nana del pordiosero”, del rapero granadino Dellafuente, es “pa’ los que venden melones / pa’ los que viven diez en tres habitaciones / […] pa’ los que soñaban con irse pa’ la NASA / y despertaron y les habían quitao’ la casa”, pero, con la misma dureza descarnada, dedica su canción también a “los que tienen compromiso con Hacienda / porque resulta que este año no han perdío’ dinero / y no tienen pa’ irse de tiendas / pero el estado dice tú no eres un pordiosero”. Dellafuente da en el clavo porque, ¿quién es pordiosero? Hemos llegado a creer que la mendicidad es un estado cuantitativamente medible: el pobre es quien no tiene salario. Y, sin embargo, estamos rodeados de clases medias y altas ahogadas por las deudas, viviendo en bancarrotas virtuales, sin que, sorprendentemente, sean consideradas pobres (la reciente serie de Netflix El juego del calamar lo retrata con precisión). No, al pobre lo determina otra cosa, algo más atávico, antropológico: al pobre lo hace el desahucio. Pordiosero es aquel que no tiene casa, porque sin casa no hay hogar, sin hogar no hay familia y sin familia se dinamita la unidad básica productiva: ¿cómo se crean-fecundan-educan nuevos trabajadores fuera del hogar?


Cuando el individuo pierde su casa, cae sobre él una fulminante alteridad, se convierte en algo amorfo, inestable, ajeno a nuestra sociabilidad hogareña, y el lenguaje busca a tientas maneras de nombrarlo: pobre, mendigo, indigente, desamparado, desahuciado, homeless, pordiosero… (las contradicciones del capital también se revelan en la inestabilidad lingüística de los fenómenos que se construyen fuera de él). A medida que el pordiosero es sepultado bajo eufemismos degradantes, va siendo despojado progresivamente de su propia humanidad. Fuera de su casa, lejos de la hoguera, el individuo es animalizado, se confunde con la naturaleza oscura que se cierne sobre nosotros y nos amenaza. No es de buena educación quedarse mirando, cariño, dicen los padres porque, si el niño mira, tal vez pierda un brazo a dentelladas. El hambre del pobre es salvaje. Si les damos caridad a este, vendrán otros, le dice un vecino a otro que ha ofrecido darle una manta al hombre que se ha refugiado esa noche en el garaje del edificio. Lo dice porque el mendigo es un perro pavloviano que ve ropa limpia y empieza a salivar, a gruñir. Desde que llegamos por primera vez a América (hablo de nosotros porque si en mi pequeña escuela pública española me hicieron creer que descubrimos, quiero ahora intentar ver que condenamos) hemos aprendido a abstraer en categorías infrahumanas al Otro cuando nos aterroriza lo que vemos en él: aquello que podríamos haber sido y nunca fuimos o aquello que no queremos ser. A los padres los aterra el hambre y al vecino el frío, así que desahucian esas realidades de sus hogares, para dejar de verse en los ojos del indigente.




Como carátula de “Nana del pordiosero”, Dellafuente escogió una fotografía de Federico García Lorca, otro hombre ejecutado en abstracción: por maricón, invertido, afeminado, mariposón, sodomita, marimarica, pato, ñaño… y poeta. Una vez arrestado durante la Guerra Civil, Lorca envió esta nota a su padre, una petición de auxilio de dolorosa sobriedad: “Te ruego, papá, que a este señor le entregues 1000 pesetas como donativo para las fuerzas armadas” (1). El precio de una vida pudo pensar Lorca cuando escribía; el precio de un hijo seguramente pensó su padre cuando pagaba. Ambos se equivocaban. Las mil pesetas resultaron ser la suma pagada por el padre para recibir como último recuerdo del hijo el paquete de cigarros que Lorca llevaba en su bolsillo antes de morir. Cruel broma que nos demuestra que su vida ya no valía nada. Y el padre nunca enterró a su retoño, porque su cuerpo, como muchos otros de la guerra, todavía sigue perdido en la cuneta de alguna carretera comarcal.


Notas

1. Cf. Gibson, Ian. 1987. Federico García Lorca 2. De Nueva York a Fuente Grande (1929-1936). Barcelona: Grijalbo, p. 488.


Bibliografía

Dellafuente y Antonio Narváez. 2017. Nana del Pordiosero. The Orchard Music (en nombre de Santa Catalina).

Gibson, Ian. 1987. Federico García Lorca 2. De Nueva York a Fuente Grande (1929-1936). Barcelona: Grijalbo.


Imágenes

Fig. 2 extraída de Archivo Universitario de Granada: https://archivo.ugr.es/pages/imagenes/galeria/lorcafilomini















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